Recientemente nos han
albergado el temor de que el fin del mundo pudiera producirse antes
de terminar el año. Y es que ésta es una de las pesadillas sobre la
que el ser humano ha profetizado durante siglos. Cansada de que
siempre nos infundan ese miedo atroz, esta mañana llené mi mochila
de interrogantes y me aventuré a hacerle una visita al mundo, esa
bolita tan hermosa que flota alrededor del Sol, para que disipara mis
dudas.
Desde el principio me
manifestó que estaba molesto de que vaticinasen su muerte cuando ni
él mismo sabe su fin. Su mayor temor son los meteoritos que pasan
rozando a su alrededor. Aún recuerda el pavor de aquella vez en la
que uno impactó sobre él borrando del planeta a los dinosaurius y a
muchos otros grupos de seres vivos. Le inquieta que algún día
vuelva a repetirse, tal como recientemente le ocurrió a Júpiter.
Debido a sus dimensiones gigantescas y a su tenue sistema de anillos,
es a ese planeta al que más envidia tiene. Me quedé patidifusa
cuando me comentó que de haber impactado aquí, ¡hubiese supuesto
nuestra destrucción!
Existen especulaciones
acerca de que el fin del mundo vendrá de la mano de los alienígenas.
No me quiso soplar si existe una civilización extraterreste, ni si
es hostil o pacífica, pero no cree que ese fin sea plausible, ya que
de recibir una visita de esos seres, significaría que gozarían de
una capacidad tecnológica tan compleja como para no precisar
nada de otros planetas, y su visita se reduciría a una mera
indagación.
No son pocos los que dan al fin
del mundo una interpretación religiosa. Consideran que algo tan
perfectamente creado tiene que ser producto de una idea divina, haber
un diseñador superior, un Dios, y que es ese Creador quien vendrá y
dará por finalizado el mundo, es lo que denominan "juicio
final". Lo único que me declaró es que jamás lo ha visto,
pero que si por un casual existe, y decide poner fin, alguna razón
habrá encontrado para ello. Es al único fin al que no tiene miedo,
porque sabe que será un fin sin sufrimiento.
Está muy disgustado con
el ser humano que crea destrucción a cada paso, me dijo que somos
capaces de devastar en poco tiempo lo que a la naturaleza le ha
costado miles de años engendrar. La codicia, el odio, la envidia, la
ineptitud y otros sentimientos similares que anidan
en el ser humano amagan con arruinar por completo al planeta,
convirtiéndolo en algo gris. Me quedé absorta cuando declaró que
el fin de la humanidad lo estaba provocando la especie humana
agónicamente. Me enumeró algunos de los responsables de esa agonía:
el calentamiento de la atmósfera, la deforestación, la
contaminación, el cambio climático y la extinción de la
fauna, entre otros. Si seguimos ensuciando nuestro propio hábitat, la
humanidad está acabada, ¡tenemos que espabilar! A veces le entran
ganas de castigarnos y dejar de dar vueltas, como consecuencia todos
saldríamos despedidos como balas, sin embargo, no lo hará, ¡no
tiene tanto odio cómo nosotros!
Ya agotados todos los
interrogantes que llevaba en la mochila, apuré para confesarle que
cuando era una cría imaginaba un fin del mundo provocado por un gran
fuego. Al mencionarle el fuego, se acordó de esa estrellita ardiente
llamada Sol con la que interactúa ocasionalmente. Aprovechó para decir que un cambio en la actividad
solar también podría acarrear el fin de la humanidad.
Finalmente, dispuesta a marchar, llené la mochila con
todas las respuestas recibidas, pero antes bromeé con él, porque no sabía cómo podía dar tantas vueltas y no marearse, yo
con cuatro giros seguidos sobre mí misma, ¡ya estoy en el suelo!
Una vez en casa, analicé
todo y llegué a la conclusión de que el fin del mundo no es
predicible, nadie puede asegurar de antemano cuándo o cómo tendrá
lugar, porque aquí entra en juego el futuro, y como bien sabemos, el
futuro se caracteriza por la incertidumbre. Así que lo más seguro
es que el fin del mundo nos pille despeinados.
Os dejo con una frase, que siempre me ha gustado, sacada de una carta que envió en 1854 un jefe indio al presidente norteamericano Franklin Pierce donde le
respondía a la oferta de comprarle las tierras: La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertecene a la tierra.
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